Wednesday, May 11, 2011

Un tranvía llamado confusión moral

Zac Alstin | Martes, 10 de mayo del 2011

Que no te engañen con un problema hipotético hecho para impactar a principiantes.


Illustration: Prospect Magazine
Aunque no lo creas, la ética es una ciencia: “Cualquier rama o departamento de conocimientos sistematizados considerados como un campo de investigación u objeto de estudio”.

Y como cualquier ciencia moderna, los éticos modernos saborean los retos más sustanciales e intratables para sus conocimientos y suposiciones. Tales retos son las pruebas claras de cualquier teoría ética. Pero, mientras que los físicos teóricos luchan con problemas tales como el resolver la mecánica cuántica y la relatividad general, los éticos luchan para producir respuestas convincentes a hipótesis tales como el abominable Dilema del Tranvía.

El Dilema del Tranvía es un experimento del pensamiento creado por la filósofa británica Philippa Foot (1920-2010) en 1978. Desde entonces ha generado una colección de dilemas relacionados y hasta ha inspirado investigaciones paralelas desde la perspectiva de la ciencia cognitiva. El dilema en si mismo es muy sencillo:

Un tranvía corre fuera de control por una vía. En su camino se hallan cinco personas atadas a la vía por un filósofo malvado. Afortunadamente, es posible accionar un botón que encaminará al tranvía por una vía diferente, por desgracia, hay otra persona atada a ésta. ¿Debería pulsarse el botón?

Este experimento mental exige una serie de respuestas: ¿qué haría en tal situación y porqué? ¿Qué debería de hacer? Y, lo más importante, ¿porqué debería de hacerlo?

Cualquiera que sea su respuesta a estas preguntas, la coherencia y resolución puede ser desafiada con dilemas aún más forzados y angustiosos. Tome, por ejemplo, la versión del 'hombre gordo' del dilema del tranvía:

Como antes, un tranvía descontrolado se dirige hacia cinco personas. El sujeto se sitúa en un puente sobre la vía y podría detener el paso del tren lanzando un gran peso delante del mismo. Mientras esto sucede, al lado del sujeto sólo se halla un hombre muy gordo; de este modo, la única manera de parar el tren es empujar al hombre gordo desde el puente hacia la vía, acabando con su vida para salvar otras cinco. ¿Qué debe hacer el sujeto?

Éstos experimentos mentales están diseñados para poner a prueba sus creencias y coherencia. Por ejemplo, se podría concluir en primera instancia que sería mejor que una persona muera a que cinco mueran, por lo tanto se debe pulsar el botón. ¿Pero usaría el mismo razonamiento en el caso del “hombre gordo” y empujaría al hombre desde el puente? Las matemáticas son las mismas en ambos casos, y si se trata de ser coherente, entonces se deberían aplicar los mismos principios morales.

Pero ésta clase de problemas morales hipotéticos no son como los problemas que tienen los físicos y las otras ciencias naturales. Por una parte, los físicos están de acuerdo en cuanto a sus objetivos: Investigar y definir con precisión las leyes físicas y propiedades del universo. Por lo tanto, los problemas que los físicos encuentran son problemas reales que requieren respuestas reales.

Por el contrario, los problemas hipotéticos creados por los éticos están diseñados para poner a prueba la coherencia interna, la adhesión a principios, y la aclaración de cuestiones complejas. Además de no ser problemas reales, el resolverlos tampoco es el objetivo real. De hecho, los filósofos no estarán de acuerdo en el contexto ético fundamental, y no estarán de acuerdo acerca de lo que es la solución. ¿Debería nuestro objetivo ser el aclarar las intuiciones morales? ¿O deberíamos considerar las intuiciones como sospechosas y aspirar a tener las formas de proceder más “racionales” posibles? La respuesta dependerá de quien hace la pregunta, y muchos de los que preguntan ya están convencidos de la idea de que las consecuencias de una acción son todo lo que importa.

¿Qué puede esperar un estudiante ante tal dilema cuando se lo presenta un profesor quien cree que nuestras intenciones son moralmente irrelevantes y que el principio del doble efecto es por lo tanto una falacia? Sin embargo, el principio del doble efecto ha sido consagrado por los Convenios de Ginebra, y es central no sólo para la ética de la guerra sino también para la defensa propia y la medicina.

Otra diferencia entre los problemas de las ciencias naturales y los experimentos mentales de la ética es que el realismo de éstos problemas hipotéticos es algunas veces dudoso. ¿Es posible que un hombre gordo pueda realmente descarrilar un tranvía fuera de control? Tal vez deberíamos preguntar al físico antes de preguntar al filósofo. Naturalmente, se considera de mala educación evitar un problema ético a través de criticar su realismo; se supone que debemos aceptar el escenario con un espíritu de hipótesis y decidir que haríamos si fuera real. En efecto, nuestros principios éticos deberían ser tan rigurosos para poder tratar con las hipótesis más extravagantes posibles.

Pero en muchos de los casos parece ser que el único objetivo de estos problemas inventados es poner presión psicológica contra las formas no-utilitarias de la ética. En otras palabras, estos problemas pueden servir nada más como mecanismos para disuadir a la gente de agarrarse a ciertos principios éticos. Estoy seguro que este no es tanto un problema para filósofos y éticos serios como lo es para muchos estudiantes y aficionados que se topan con éstas ideas en las etapas formativas de su pensamiento moral.

Tomemos el ejemplo de la tortura. Si afirmamos que la tortura bajo cualquier condición es mala, los críticos utilitarios buscarán las más complicadas hipótesis, extremadas y emocionales. “Entonces, ¿no torturarías a un terrorista para poder saber donde se encuentra la bomba atómica que matará a cientos de miles de personas?” o “¿No torturarías a un miembro de una pandilla asesina para poder saber donde se encuentra un niño que ha sido secuestrado?” La implicación es que debemos expresar una preferencia insensible por la muerte de miles de personas, o el asesinato de un pequeño inocente, antes que infringir nuestras rígidas creencias éticas. Bajo el peso de tales acusaciones con tanta carga emocional, el asunto del realismo es algo verdaderamente irrelevante. “No escuches a este tipo, su ética es tan poco realista que dejaría que miles de millones de personas sean asesinados con una bomba atómica antes que ensuciarse las manos con un poco de tortura, la cual estamos de acuerdo que salvaría a todos”

Además, tales casos hipotéticos normalmente van cargados con suposiciones dudables. ¿Porqué debemos asumir que la tortura funcionará? ¿El hombre gordo realmente descarrilará el tranvía? Los filósofos serios pasarán por alto tales presunciones con tal de tener una buena discusión. Pero en un debate más general no deberíamos dejar que se salgan con la suya. Al fin y al cabo, la premisa fundamental de la ética misma es mostrarnos el camino hacia la vida buena, el como prosperar como seres humanos. Y aunque los principios sólidos de la ética sin duda nos pondrán algunas veces ante severos problemas, el negarse a tomar la salida fácil no es justa ni relevante para alcanzar la meta de la vida buena, como para tener que tomar en serio cada uno de los casos fantasiosos inventados por alguien que nada más quiere que abandones tus principios éticos.

A diferencia de los éticos, los físicos no perderían su tiempo con casos hipotéticos que se basan en suposiciones erróneas. Están interesados en describir la realidad, no en defender su congruencia ante fantasías fuera de la realidad. Ya que sólo hay una realidad en la que todos debemos vivir, tal vez nos ayudaría más que encontráramos la forma de vivir aquí, no el como vivir en posibles mundos soñados donde algo de tortura salva la vida de miles de personas antes de una explosión nuclear, o donde hombres gordos son frecuentemente utilizados para descarrilar tranvías.
No es pura coincidencia que los estudios del tranvía sean tan poco útiles para la vida diaria. Un utilitarista – por ejemplo, Peter Singer – tal vez te diría que no hay diferencia significativa entre presionar el botón del tranvía para salvar cinco vidas y empujar al gordo desde el puente para salvar cinco vidas.

Pero sus principios también te aconsejarán que no hay diferencia significativa entre ser fiel a tu esposa o abandonarla por otra – todo se reduce a la cantidad de felicidad que has obtenido. Del mismo modo, el utilitarista se esforzará para aconsejarte si debes tener hijos o no, o si deberías pasarte la vida en busca de placer. El estudio de tranvías fuera de control no nos da mucha visión de lo que es la verdadera felicidad, como se puede medir y como se puede alcanzar.

¿Pero que no se trata de eso la ética?

En contraste, la ética tradicional dice que el tener hijos da un cierto tipo de realización que es irreducible e insustituible. Si puedes tener hijos, hacerlo ayudará a tu prosperidad como ser humano. Cuando tales bienes son identificados seremos capaces de saber como vivir para poder prosperar. Solamente cuando sabemos como debemos vivir podemos lidiar con tales casos tan inusuales y conflictivos como los del dilema del tranvía.

Este es el camino que toma la ética tradicional: es primero que nada una guía para la máxima realización que podemos esperar alcanzar. Es un sistema de conocimientos fundado en el problema de la vida real del como alcanzar la verdadera felicidad.

Zac Alstin trabaja en el Southern Cross Bioethics Institute en Adelaida, Australia.

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Ésta es la traducción al español de un artículo originamente publicado en MercatorNet:
http://www.mercatornet.com/articles/view/a_streetcar_named_moral_confusion/

This is the Spanish translation of an article first published in MercatorNet: http://www.mercatornet.com/articles/view/a_streetcar_named_moral_confusion/

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